La Isla de Pascua ejerce un magnetismo mundial que escapa a la mayoría de los chilenos. Los moai se cuentan entre los diez íconos reconocidos a nivel internacional. Los moai, que significa escultura en lengua Rapa Nui, son la figura más conocida proveniente de Chile, aunque pocas personas en el extranjero saben que la isla forma parte del país desde que fue anexada en el siglo XIX.
El misterio de estas estatuas seduce a generaciones de científicos. Un equipo de británicos y chilenos acaba de investigar la procedencia de los pukao o sombreros, que en algunos casos pesan más de diez toneladas, instalados a guisa de sombreros sobre la cabeza de algunos moai. El análisis del suelo permitió encontrar rastros de una huella para trasladar los pukao aunque, como tantos otros aspectos de la vida pascuense, se desconoce el significado de los pukao. Una teoría es que se usaron como un adorno que era común entre los isleños.
En estos tiempos, en que el calentamiento global está a la orden del día, la historia de la isla más distante del planeta es citada con creciente frecuencia. Existe una cantidad significativa de científicos que duda de la posibilidad de revertir los daños causados al medio ambiente. Entre los glaciólogos están los que estiman que ya es poco lo que se puede hacer frente al retroceso de ciertos glaciares, que están destinados a desaparecer. Lo mismo ocurre con gran parte de los arrecifes de coral oceánicos. Los primeros son fuentes vitales de agua y los segundos, de nutrientes para una gran cantidad de especies marinas. El mundo no camina a su desaparición, pero quienes tienen una visión pesimista invocan el “Paradigma de Isla de Pascua”.
La isla se ha convertido en un modelo trágico de estudio de una sociedad que llegó al borde de la extinción debido a la destrucción de la naturaleza que la sustenta. Isla de Pascua fue antes de la llegada de sus actuales moradores, un lugar paradisíaco, exuberante, donde florecían cientos de plantas y una gran variedad de árboles. Hay rastros de que la habitaban más de 50 tipos de aves diferentes, algunas terrestres y muchas marítimas, que migraban cada año. No existe una fecha precisa, pero se estima que hacia el año 400 llegaron unas canoas con un pequeño grupo de polinesios. Conforme a su tradición, cada clan construyó un ahu, altares o plataformas de piedra, donde adorar a sus antepasados. Se estima que los moai comenzaron a tallarse por el año 1200.
Con el tiempo cada clan aspiraba a un moai de más peso y mayor estatura, hasta que algunos superaron las 90 toneladas. Una vez esculpidas estas estatuas eran trasladadas a sus respectivos ahus. Durante mucho tiempo fue un misterio cómo los polinesios movieron semejantes moles, hasta que las investigaciones mostraron que lo hicieron colocando troncos y tirando de cuerdas hechas de hebra tejida. Era un trabajo titánico, que requería de muchos brazos y cientos de árboles para su traslado. Y así, en forma gradual, fue deforestada la isla. Comenzó una destrucción en cadena. La tala indiscriminada dejó desprotegidas las tierras y permitió la erosión por la lluvia y el viento. La ausencia de árboles alejó a las aves e insectos que los polinizaban. La muerte del bosque fue el preludio de la muerte de los hombres. Hacia el 1500, cuando Cristóbal Colón llegaba al Caribe, fueron talados los últimos árboles. Ya no había troncos ni siquiera para construir canoas. La escasez, cuando no, precipitó los conflictos. Comenzaron una serie de guerras civiles, y en la isla de la abundancia debutó la esclavitud y el canibalismo. De siete mil habitantes la población cayó en picada a algunos cientos. Hasta hoy Isla de Pascua es una superficie yerma.
La vanidad de los moai y sus pukao llevaron a los pascuenses al borde de la extinción. Hoy las emisiones de CO2 y otros gases abren un signo de interrogación sobre la calidad de vida que espera a la generación siguiente. Habrá que ver en la próxima reunión mundial de Copenhague, en diciembre, si las naciones serán capaces de llegar a un acuerdo para desacelerar el calentamiento global. Si no lo logran podría esperarles una suerte semejante a la de los clanes pascuenses.