Isla Orrego después del tsunami: Testimonio gráfico de una trampa mortal

Ningún medio periodístico había pisado la Isla Orrego hasta hoy. Fue rápido. Una embarcación anfibia, un médico del Hospital de Constitución dispuesto a tomar fotografías y una periodista de La NAción.

El río estaba picado. Desde el mar el oleaje estaba pesado, como dicen los pescadores. Eso quiere decir que el río se torna salado por la fuerza con la que entran las aguas del océano.

A más de dos semanas del terremoto y tsunami que devastó la ciudad y la isla, fue extraño observar la ribera de Constitución desde el agua.

Desembarcamos en la orilla sur de Isla Orrego y de inmediato todo aquello que difícilmente se adivinaba desde el pueblo o desde el aire, se hizo nítido, se hizo real, se hizo espantoso.

Había de todo, las cosas más diversas.

La madrugada del 27 de febrero pasado el pueblo se vino al suelo y la crecida del río fue inmediata.

Las luces de lámparas y fogatas que resplandecían a las 3:35 de la madrugada en la isla pertenecían a los cerca de 200 campistas que cada año se sitúan con camas y petacas en ella, en espera de la gran final de la semana maulina que se celebra en el río con carros alegóricos flotantes, mucha música y fuegos artificiales.

Fue una trampa mortal. Las tres olas enormes que sucesivamente la golpearon apagaron las luces y los gritos de auxilio. Los campistas no tuvieron mayor oportunidad.

Ya amanecía y el mar comenzaba a retirarse desde el interior del río Maule, desde las entrañas del pueblo y, junto con ello, arrastraba todo lo que pudo consigo.

Parte de todo aquello quedó desparramado en la Isla junto con algunos enceres de los campistas así como unas cuantas cosas que el mismo mar engrandecido trajo consigo.

Una variopinta mezcla de cosas que entre los árboles caídos, arrancados de raíz por la furia del agua, quedaron atrapadas para dar testimonio de una tragedia que, para quien no estuvo presente, es muy difícil de dimensionar.

El doctor Rodrigo González no lo pensó dos veces cuando un funcionario del Ejército le ofreció cruzarlo en su embarcación anfibia junto con La NAción y, pese a que era temprano y él recién venía saliendo del turno de noche en el servicio de Urgencias, se lanzó al río para observar la realidad que vivieron parte de las decenas de personas que en las primeras horas de la tragedia tuvo que atender en el colapsado hospital.

Los restos de algunas embarcaciones de los pescadores del Maule y de los botes de turismo podían observarse desde las orillas norte y sur de la isla hasta muy en el interior de ella, incluso encaramadas sobre árboles a varios metros del suelo.

Todo tipo de elementos de camping, colchones, ropa, botellas, etc., se encuentran empantanados.

Pero de todo aquello, lo que más sobrecoge, son las decenas de zapatos repartidos por todos lados, ninguno con su par y muchos, muchísimos de ellos, pertenecientes a niños pequeños. Así también sobrecoge encontrar juguetes.

Un palitroque de madera con forma de soldadito nos observaba medio enterrado en el fango.

Iba a ser una gran fiesta, la última del verano, la tradicional antes del regreso a clases y al trabajo.

Lo que las aguas del mar trajeron de regreso por el río y dejaron en la Isla antes de abrazar el océano raya en lo incomprensible.

Todo tipo de muebles –o partes de muebles-, como veladores, mesas, sillones, catres, sillas y hasta un antiguo reloj de pared se confundían con el cerro de ramas y raíces que antes sólo era arena, piedrecillas y vegetación corta.

En la mitad de la isla hay un container amarillo repleto de documentación accionaria de la empresa Cholguán, en donde se pueden leer reportes a inversionistas que datan de 1966, calculados en escudos y con sus respectivas estampillas.

Incluso, en la ribera norte, un lanzador de los fuegos artificiales que cerrarían la semana maulina la noche del sábado 27 estaba tumbado muy cerca de los restos de una balsa de lanzamiento.

Pero rayando en lo imposible, en medio de otros restos de vegetación muerta y una cartera de mujer bastante elegante, recatamos un cuadro, una pintura al óleo que aunque habría que restaurar un poco el soporte de madera, sobrevivió perfectamente a todo ese desastre.

Es un bodegón con tres manzanas y está muy firme en su marco. Al reverso tiene pegado un papel casi ilegible, pero se pudo distinguir que fue colgada o en una exposición o un concurso por la relación de los datos.

El pintor tenía 18 años, el título de la obra algo tiene que ver con las manzanas y fue pintada por Carlos Vega. Tal vez fue una de las primeras obras del famoso artista maulino que hace años vive en Europa en donde posee un gran reconocimiento.

El doctor González capturó el testimonio con su cámara en la isla que más desaparecidos por la tragedia dejó en Constitución y en el país.

Sólo 17 cuerpos fueron encontrados en ella hasta el día de hoy y fue inevitable que tanto los dos militares, el médico y L.N. no coincidieran en pensar en todos los que faltan.

lanación.cl